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El pasado 3 de diciembre de 2014, se celebró en el Salón de Actos del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos el Acto de entrega del Premio Rafael Izquierdo a la Solidaridad.

 

Tras la evaluación de las ocho (8) candidaturas presentadas, se ha acordado, por unanimidad, otorgar el Premio Rafael Izquierdo a la Solidaridad, en su primera edición, a Jaime de Aguinaga García, jefe de unidad de Proyectos de Desarrollo de la ONU en Samoa, en un acto que tuvo lugar ayer día 3 de diciembre a las 19:30 h. en la sede del Colegio de Ingenieros de Caminos, en Madrid.

 

Jaime de Aguinaga representa el más claro ejemplo de perfil humano y profesional,  con vocación solidaria, ya que desde que comenzara sus estudios como ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, orientó su formación y sus aptitudes para dedicarse al mundo de la cooperación en el ámbito de la ingeniería civil. Desde aquellos primeros comienzos hasta nuestros días, ha dedicado toda su trayectoria personal y profesional al mundo de la cooperación. Al terminar la carrera, se fue a Tanzania, a Ongawa, donde desarrolló diversos proyectos de abastecimiento de agua. Su compromiso solidario hacia los demás, ha ido conduciendo sus pasos como cooperante por diferentes iniciativas y, actualmente, es el Jefe de la Unidad de Proyectos de Desarrollo de la ONU en Samoa. 

El premiado quiso agradecer esta mención y poner de manifiesto que su intención es “humanizar la ingeniería, pensemos y actuemos ya que siempre se puede hacer algo más”. Transcribimos aquí las palabras que pronunció:

Me gustaría dar las gracias a la Fundación Caminos, al Colegio de Caminos y a todos los organizadores de este premio, a Rafael Izquierdo y a su familia, a mi familia y amigos por estar aquí y acompañarme en mi vida. Estoy muy agradecido por este reconocimiento, aunque honestamente no me sienta merecedor del mismo. Admiro a personas como Rafael, que fueron y siguen siendo modelos de referencia para todos, y espero seguir aprendiendo y esforzándome para que mi vida tenga el sentido que tuvo para Rafael.

En la vida tenemos una cosa clara. No sabemos cuánto tiempo vamos a estar en este mundo.  Por muy poderosos o inteligentes que seamos, esa no es una decisión que podamos tomar. La buena noticia es que sí podemos decidir qué hacer en el tiempo que nos queda.

Pensando en Rafael me pregunto, ¿por qué nos recordarán cuando ya no estemos? Dicho de otra manera, ¿qué podemos hacer cada uno de nosotros ahora mismo, y en el tiempo que nos queda, para que nuestra vida tenga un sentido profundo? Esta no es una pregunta retórica, sino muy real, y muy personal. Nadie puede responderla sino uno mismo. Los demás solo podemos ser testigos y acompañar en el proceso, y de vez en cuando, en ocasiones reducidas y muchas veces inesperadas, dar un poco luz para que cada uno pueda reencontrar su camino.

No tuve la suerte de conocer personalmente a Rafael, pero hoy estamos aquí para hacerle honor a su memoria, porque con su vida creo que nos dio una buena clave para dar respuesta a estas preguntas... solidaridad. La Real Academia Española define esta palabra como “adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. A mí personalmente me resulta más claro definirla de otra manera: ayudar a aquellos que no tienen dónde agarrarse, amar a los que tenemos cerca y a los que no están tan cerca, especialmente a los que no tienen a nadie cerca.

Hace tres meses tuve una niña, y me gustaría dedicarle este premio, pues es la primera que padece el hecho de que yo tenga que viajar y estar tanto tiempo fuera de casa. Desde el día que nació, cada vez que miro a esta pequeña personilla, pienso en los valores que me han inculcado y en los que me gustaría transmitirle. De hecho, si examino mi vida reconozco que mis decisiones son, en gran medida, resultado de las semillas que otras personas han plantado en mi tierra, y del agua que me dieron para regalarlas. Reconozco la inspiración y la energía de muchas personas; personas cercanas, como mi familia y mis amigos, o como Francesca, que camina conmigo cada día sin saber tampoco hacia donde nos llevará exactamente el camino; pero también personas que apenas conocí por un tiempo limitado, pero que con su ejemplo, su dolor y su esperanza encendieron una luz en un momento dado.

 Jaime de Aguinaga García

Hace 17 años empecé a estudiar Caminos. En ese momento, mi padre se estaba muriendo. Recuerdo que solía salir de la escuela e ir a verle al hospital. Estaba en una sala de aislamiento y no le podía tocar, porque en su tratamiento contra el cáncer había contraído la tuberculosis. Recuerdo que un día le conté todas las cosas que estaba haciendo para que se sintiera orgulloso de mí, y él me dijo de repente: “Jaime, todo eso está muy bien, pero ¿qué lugar ocupan los pobres en tu vida?”. Esa pregunta cambió mi vida.

Si mi padre me dio enfoque, mi madre me aportó un valor fundamental para poder dar respuesta: coraje. Y lo quiero llamar así, coraje, aunque algunas personas que nos conocen a mi madre y a mí puedan llamarlo con otra palabra: cabezonería.

El caso es que a partir de ese día intensifiqué mi involucración social, me acerqué a la realidad de jóvenes en búsqueda de sentido, de discapacitados que con sus familias agarran la vida con las dos manos, de personas que viven en la calle y que tienen todo el tiempo para hablar pero nadie con quien hablar... pero había algo que no encajaba del todo, y un día me dije ¿cómo puedo dar respuesta a esta pregunta como ingeniero?

La primera respuesta que obtuve fue “en esta vida se puede trabajar básicamente con cosas o con personas, y un ingeniero trabaja con cosas”. Guau, eso implica que, si quiero trabajar con personas y para las personas, debo dejar la carrera de caminos y empezar sociología o psicología. Estaba en 2º de carrera y lo hablé con varios profesores, pero ellos me dijeron “vamos Jaime, eres un alumno brillante, sacaste unas notas excelentes en el primer año; la gente deja la carrera porque le echan; tú tienes una cabeza especial para la ingeniería y no debes renunciar a ello, intenta dar respuesta desde dentro”. Después de pensarlo mucho me dije “de acuerdo, me gusta mucho la ingeniería y no se me da mal así que sigo adelante, pero solo si encuentro la manera de humanizar la ingeniería”.

Fue ahí cuando me involucré en Ingeniería Sin Fronteras, ahora llamada ONGAWA. Reabrí la delegación de esta ONG en la Escuela de Caminos de Madrid y me integré a fondo en los proyectos que llevaban. Por un tiempo me convertí un poco en un bicho raro, intentando movilizar estudiantes con inquietudes similares y siendo siempre el más pequeño de un grupo de ingenieros que sacaban tiempo de debajo de las piedras para organizar conferencias sobre el desarrollo humano y llevar a cabo proyectos de agua en África. Aprendí mucho y fui encontrando un espacio a partir del cual dar respuesta a mi búsqueda de humanización en la ingeniería.

Al terminar la carrera el catedrático de obras hidráulicas me fichó para su empresa de ingeniería y en paralelo empecé el doctorado. Estuve dos años investigando maneras de utilizar nuevas tecnologías ingenieriles en ámbitos con grandes necesidades y escasos recursos, por ejemplo, en la construcción de presas de bajo coste en zonas muy áridas donde no se podía tener acceso a maquinaria, ni equipamiento técnico, ni profundos estudios geotécnicos, pero donde sí se podía contar con mucha mano de obra y entusiasmo. Pero un día me dijo mi director de tesis: “Jaime, no estás bien enfocado; el doctorado en ingeniería es otra cosa; lo que espero de ti es que investigues, por ejemplo, el ángulo de elevación de una partícula de cierta granulometría, cuando hay un sobrevertido de agua de determinada elevación en una presa de materiales sueltos de ciertas características; algo así es lo que espero de ti, una investigación seria de ingeniería de caminos”. Y yo me dije... “un momento, ¿quiero investigar el ángulo con el que sube un grano de arena? ¿O quiero aportar mi grano de arena en la resolución de problemas de personas que no tienen a nadie a quien recurrir?”. En ese momento recogí las cosas, me despedí de mi familia, de mis amigos y de mi trabajo, y me fui a Tanzania con ONGAWA.

Han pasado casi 10 años desde ese día, y aún sigo dando vueltas por el mundo intentando aportar mi grano de arena. En el camino he tenido el lujo de poder conocer, vivir y compartir realidades muy distintas en África, Afganistán, Latinoamérica... He podido incluso tomar un descanso de dos años para ir a la universidad de Harvard y aprender cómo resolver mejor los problemas de las personas cuando son complejos y cuando no se resuelven solo con ingeniería, sino que implican fundamental y profundamente factores de índole económica, política y social. Y ese camino me ha llevado literalmente hasta el otro extremo del mundo, a Samoa, mas allá de Nueva Zelanda, donde actualmente dirijo una oficina del PNUD, la agencia de las Naciones Unidas para el desarrollo, desde la que damos servicio a 14 países de la región del Pacífico.

Hasta ahora este camino ha sido intenso. No sé dónde me llevará, y reconozco que una parte de mí desea que en algún momento me lleve de vuelta a España, o cerca de España. No resulta sencillo estar tan lejos de personas que quiero y, al mismo tiempo, hay muchas personas en nuestro país que lo están pasando mal y que necesitan que hagamos algo más por ellos.

Cuento todo esto por dos razones. La primera es para reconocer y dar las gracias a la personas que me han acompañado en este proceso. Y decirles que espero poder seguir aprendiendo y contando con su sabiduría, con su apoyo y con su paciencia, pues tengo aún muchísimo por mejorar y no lo podré hacer solo.

La segunda razón es alimentar una reflexión sobre lo que cada uno de los que estamos aquí podemos hacer. Cuando tengan 80 o 90 años (si es que no los tienen ya) y miren para atrás, ¿de qué se van a sentir orgullosos?, ¿qué compromisos, grandes o pequeños, vamos a adoptar hoy, ahora mismo, y en el tiempo que nos queda, para que nos recuerden?, ¿cómo podemos humanizar el trabajo que hacemos, ya sea como ingeniero o como aquello que defina mejor la actividad en la que invertimos nuestro tiempo? Hay mucho por hacer, pensemos y actuemos, siempre se puede hacer un poco más de lo que ya estamos haciendo... y si personalmente puedo ayudaros, decídmelo e intentaré aportar todo lo que esté en mi mano.

Rafael Izquierdo, con su solidaridad y su humanidad, intentó dar respuesta a estas preguntas fundamentales, y sus respuestas han hecho que nos juntemos hoy aquí. Demos continuidad a su búsqueda, demos un sentido profundo y solidario a nuestra existencia, seamos un ejemplo para nuestros hijos, y tomemos acciones concretas que aporten nuestro granito de arena para mejorar este mundo y amar a los que tenemos cerca ...y a los que no están tan cerca, especialmente a los que no tienen a nadie cerca.

Muchas gracias.

Juan A. Santamera, presidente de la FUNDACIÓN CAMINOS, presidió este acto poniendo de manifiesto la labor de Rafael Izquierdo y de tantas personas que, como él, hicieron de la solidaridad su modo de vida. “Es verdad que nuestro trabajo y nuestra profesionalidad son nuestra primera credencial y tenemos que ser los primeros portavoces de la trascendencia de las grandes obras realizadas. Pero, al mismo tiempo, si no vemos la realidad de nuestra sociedad, las necesidades, la desigualdad, lo que necesitan los más desfavorecidos, es que estamos ciegos y además condenados a vivir en un mundo peor”, afirmaba Santamera.

La FUNDACIÓN CAMINOS entrega este premio con el nombre de Rafael Izquierdo porque “además de una biografía profesional y académica excepcional y envidiable, destacó por el apoyo y la colaboración en proyectos solidarios, contra la injusticia, la pobreza, las enfermedades, la soledad obligada y la desigualdad; actuaciones que cambian la vida a miles de personas”, explicó el presidente.

José Javier Díez Roncero, secretario general de la FUNDACION CAMINOS, fue el encargado de presentar un vídeo sobre el premiado, además de proceder a la lectura del acta por la que se concedía este premio. “Para el la FUNDACIÓN CAMINOS y para el Colegio de Ingenieros de Caminos, este Premio Rafael Izquierdo a la Solidaridad, es un motivo de orgullo ya que desde esta profesión tenemos que contribuir al cuidado de los valores. Este es el objetivo de esta iniciativa, premiar en el ámbito que nos es propio, la ingeniería civil, los transportes, el agua y el medio ambiente, a aquellas instituciones, empresas o personas que se han destacado por su actuación solidaria y de compromiso social”, señaló Roncero.

El certamen, de carácter anual, está promovido por la FUNDACIÓN CAMINOS, en colaboración con el Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, la Asociación de Ingenieros de Caminos, la Fundación Desarrollo y Asistencia, las Escuelas de Ingeniería de Caminos, la Fundación de la Asociación Española de la Carretera, la Fundación Francisco Corell, la Fundación Juan-Miguel Villar Mir, la Fundación ACS, Transyt, el Foro de Infraestructuras y Servicios, y el Foro de Ingeniería del Transporte. 

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